Buenas noches y buena suerte

Todo comenzó con una conversación casual que parecía más bien una lista de deseos. Estaba suficientemente fresco para utilizarlo como pretexto y caminar pegados por la calle. Tu chamarra en mis hombros, tu mano en mi cintura.

Apenas llegamos escogiste la mesa chiquita del fondo, como si se tratara de una película de Scorsese. Alguien cantaba sobre besos y pajaritos azules… algo sobre ser refugio en la tormenta.

Primero un coctel que pediste casi con prisa, arrugué la nariz cuando mencionaste «bermut» y no tardaste en reprimirme con la mirada. Me reí bajito pero no te solté la mano.

Estoy muy a favor de la ternura, que es muda, y estoy muy en contra de la cursilería, qué es exhibicionista y latosa. Recordé como entre sueños la frase de Milena Busquets.

Nos sirvieron pastel con una velita, me reí y te miré con diversión pero antes de que pudiera aclarar que ninguno de los dos festejaba su cumpleaños me dijiste: pide un deseo. 

La señal definitiva fue cuando reprimí el impulso de contestar que los deseos no se piden a las estrellas, se piden a la cara. 

Y como en película de mafiosos fuimos cómplices, pedí el deseo y en esa mesita del fondo sellamos un pacto que bien podría llevarnos a un tango con rehenes o a cambiar nuestro pasado por un futuro prometedor.

Supongo que ya lo averiguaremos.

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