Esperar para ver

En Agitación, Jorge Freire escribe sobre el mal de la impaciencia, proverbialmente se dice que la paciencia es una virtud de santos y que cosas buenas suceden a aquellos que saben esperar.

Lo que yo veo es que la vida es esperar. Una espera activa si tu quieres, porque no es pertinente sentarse a ver que la vida sucede, pero nadie tiene capacidad de controlar en su totalidad los efectos de nuestros actos.

A mi no me gusta esperar, no solo no lo disfruto sino que en ciertas ocasiones incluso me llega a pesar, sin embargo, no sabría decir si por hastío o resignación me he hartado de discutir y he decidido que voy a aprender a esperar, lo que sea que eso signifique. Que los asuntos en mi vida qué no sé donde acomodar y en donde continuamente siento como si la vida fuera una sopa y yo un tenedor se agotaron en esfuerzos por mi parte.

He repasado todas las opciones e intentado caminos qué me resultaban incluso antinaturales. Momentos incomodísimos, en los que me encuentro perdida intentando salir de un bucle que yo misma he creado y del que al mismo tiempo que intento correr despavorida me invade una emoción intensa por seguir girando en él.

Luego me ha resultado que lo que necesitaba era desconectar… pero ¿desconectar de qué? ¿de dónde? ¿de quién? Es como aquello de cuando te dicen que el viaje de novios es para “descansar y desconectar”. Descansar de tu propia boda es un concepto que me tiene completamente fascinada.

En fin, hay que esperar y aunque he dicho que no me gusta no significa que no sea buena para ello porque en realidad lo soy. El truco está en saber que la espera valdrá la pena porque una vez te has dado cuenta que era una inocentada de tu parte gastar ese tiempo en tal causa… ahí ha comenzado el dilema.

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