Hoy es siempre todavía

Escucho que mucha de la gente prodigiosa de la literatura escribe desde todos los humores manteniendo congruencia y constancia, cosa que para mí parece ser imposible: escribo sin saber muy bien por qué, para pensarlo todo y solucionar nada. Sobre todo escribo desde el humor y no, no me refiero precisamente a la comedia.

Como buena ciclotímica, mi estado anímico es muy cambiante y depende de factores externos como el clima, la luz o el último lanzamiento de Taylor Swift. Por lo mismo, no soy el tipo de persona que busca qué el mundo la sorprenda, ya suficientes alborotos me ocurren con el día a día.

Se puede intuir por tanto que no estoy especialmente interesada en descubrir la belleza de Vietnam, ni contemplar las prístinas aguas del Himalaya y que para estar a gusto me basta con una canción, una copa de vino y con que sople algo de viento.

Hace unos meses mi rutina se vino abajo como castillo de naipes, con lo cual he tenido ocasión de plantearme qué hay de atractivo y verdadero en esa cruzada contra la normalidad del día, contra la ausencia de «experiencias» por que hay tantos horrorizados con la idea de una sucesión de actividades en un orden lógico. La terriblemente llamada «rutina«

Leí hace poco qué «la cuestión no es rehuir la monotonía y buscar la novedad, sino comprometernos con el momento que estamos viviendo aunque se nos antoje rutinario y así, comprometidos con él, descubrirle aventura, gracia, belleza«.

En palabras más simples: La novedad de hoy, que celebramos, es la rutina de mañana, que lamentamos.

Además de preciosa me pareció una conclusión asequible: Defender ante cualquiera, la sencilla idea de que la felicidad consiste menos en un puñado de experiencias novedosas que en una trama de momentos dignamente vividos.

Brindemos como si esta fuera nuestra última cena, hablemos de lo que de verdad nos interesa, seamos claros y sinceros.

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