Somos injustos con las desilusiones

Claro, a veces las decepciones son complejas, más interesantes, me refiero a muy personales. Son historias que incluyen personas y paisajes a los que les pusiste casa en tus recuerdos y te quedaste en esa imagen pero no supiste como hacerla suceder.

Lo curioso es que nos olvidamos de que las desilusiones son fiestas de disfraces sorpresa que te haces a ti mismo y en las que el único que no va disfrazado eres tú. Por eso digo que somos injustos con las decepciones, las amarramos tan fuerte a altas expectativas que aunque la situación sea una pequeñez o totalmente remediable, el hecho de haber esperado que todo resultara de cierta manera puede destrozarnos de manera casi irrecuperable.

Envejecer, o si tienes un problema con la edad digamosle “crecer”, es un gran antídoto contra las desilusiones porque llegada cierta edad aprendes, a golpes duros, que la gente es lo que es, que las amistades son lo que son y que lo que llega es bueno mientras dura… lo que tenga que durar y que a veces es para siempre.

Entonces, en un acto de rescatar tu orgullo puede parecer atractivo abrazarse del Je ne regrette rien de Edith Piaf, sin embargo, siendo francos no arrepentirse de nada resulta bastante tonto. Cualquier persona mínimamente reflexiva se da cuenta de ello.

Tampoco significa que vivas en el sufrimiento por cada cosa que haces, ¿qué sentido tendría eso?

Es absurdo intentar alterar el pasado, intentar reescribirlo ¿Por qué? ¿Quiénes nos creemos que somos nosotros? La soberbia de creer que estamos llegando a una cúspide de la civilización y que eso es suficiente para decir que podemos corregir y mejorar es no inocente sino inútil… sí el pasado era horrible, pero nada diferente del presente. Dejemos descansar al Robert Pattinson en Tenet que llevamos dentro, nosotros no somos “los que salvamos al mundo de lo que hubiera sido”, con dificultad somos adultos funcionales.

Posiblemente se trate más bien de hacer todo lo posible por no arrepentirse, de intentar y descartar todos los caminos posibles para asegurarse de que a ninguno de esos es debido regresar e incluso si la ocasión lo amerita, tomar el consejo de Miguel de Cervantes:

Un buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del alma.

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