Las incógnitas

Nadie sabe que será mañana, ni siquiera qué será de hoy.

Hay terrenos en donde aún cuando estamos parados en ellos no tenemos claro si son arenas movedizas o prados de ensueño.

Muchas veces confundimos aprender a soltar, con perder, y por eso nos aferramos a lo que debió irse hace mucho.

No sabemos agilizar las decepciones, y parece un hábito común caer en el bucle de querer cambiar lo que no está en nuestras manos.

Mira, la vida ya es complicada.

La mayoría de nuestros lamentos son actos de omisión, las cosas que no intentamos, el camino que no recorremos; como decía Ray Loriga, “ese miedo a todos los destinos que conocerán los trenes cuando uno ya no está dentro”.

Para colmo nos creemos que vamos decidiendo lo que sucede, que nos hacemos camino con nuestra propia voluntad cuando la realidad es que el amor es el que le da forma a nuestras decisiones.

La cosa es que el amor, al igual que cualquier otro sentimiento, al igual que cualquier otra cosa en la vida, es una inevitable fuente de incertidumbre porque tampoco podemos controlarlo.

Como lo dice Borges: el amor le ofrece a uno esa incertidumbre, esa inseguridad del hecho de poder pasar de una felicidad absoluta a la desdicha; pero también de poder pasar de la desdicha a la brusca, a la inesperada felicidad.

Tal vez sería mejor soltar la idea de que con la razón podemos controlarlo todo, especialmente controlarnos a nosotros mismos.

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